martes, 9 de abril de 2019

ANTOLOGÍA CERNUDA SELECTIVIDAD


ANTOLOGÍA DE LUIS CERNUDA

1. XV. “La noche a la ventana”. Primeras poesías [1924-1927]

La noche a la ventana.
Ya la luz se ha dormido.
Guardada está la dicha
En el aire vacío.

Levanta entre las hojas,
Tú, mi aurora futura;
No dejes que me anegue
El sueño entre sus plumas.

Pero escapa el deseo
Por la noche entreabierta,
Y en límpido reposo
El cuerpo se contempla.

Acreciente la noche
Sus sombras y su calma,
Que a su rosal la rosa
Volverá la mañana.

Y una vaga promesa
Acunando va el cuerpo.
En vano dichas busca
Por el aire el deseo.

2. ELEGÍA. Égloga, elegía, oda [1927-1928]

Este lugar, hostil a los oscuros
avances de la noche vencedora,
ignorado respira ante la aurora,
sordamente feliz entre sus muros.

Pereza, noche, amor, la estancia quieta
bajo una débil claridad ofrece.
El esplendor sus llamas adormece
en la lánguida atmósfera secreta.

Y la pálida lámpara vislumbra
rosas, venas de azul, grito ligero
de un contorno desnudo, prisionero
tenuemente abolido en la penumbra.

Rosas tiernas, amables a la mano
que un dulce afán impulsa estremecida,
venas de ardiente azul; toda una vida
al insensible sueño vuelta en vano.


¿Vive o es una sombra, mármol frío
en reposo inmortal, pura presencia
ofreciendo su estéril indolencia con un
claro, cruel escalofrío?

Al indeciso soplo lento oscila
el bulto langoroso; se estremece
y del seno la onda oculta crece
al labio donde nace y se aniquila.

Equívoca delicia. Esa hermosura
no rinde su abandono a ningún dueño;
camina desdeñosa por su sueño,
pisando una falaz ribera oscura.

Del obstinado amante fugitiva,
rompe los delicados, blandos lazos;
a la mortal caricia, entre los brazos,
¿qué pureza tan súbita la esquiva?

Soledad amorosa. Ocioso yace
el cuerpo juvenil perfecto y leve.
Melancólica pausa. En triste nieve
el ardor soberano se deshace.

¿Y qué esperar, amor? Solo un hastío,
el amargor profundo, los despojos.
Llorando vanamente ven los ojos
ese entreabierto lecho torpe y frío.

Tibio blancor, jardín fugaz, ardiente,
donde el eterno fruto se tendía
y el labio alegre, dócil lo mordía
en un vasto sopor indiferente.

De aquel sueño orgulloso en su fecundo,
espléndido poder, una lejana
forma dormida queda, ausente y vana
entre la sorda soledad del mundo.

Esta insaciable, ávida amargura,
flecha contra la gloria del amante,
¿enturbia ese sereno diamante
de la angélica noche inmóvil, pura?

Mas no. De un nuevo albor el rumbo lento
transparenta tan leve luz dudosa.
El pájaro en su rama melodiosa
alisando está el ala, el dulce acento.

Ya con rumor suave la belleza
esperada del mundo otra vez nace,
y su onda monótona deshace
este remoto dejo de tristeza.

3. NO INTENTEMOS EL AMOR NUNCA. Un río, un amor [1929].

Aquella noche el mar no tuvo sueño.
Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,
quiso vivir hacia lo lejos,
donde supiera alguien de su color amargo.

Con una voz insomne decía cosas vagas,
barcos entrelazados dulcemente
en un fondo de noche,
o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido
viajando hacia nada.

Cantaba tempestades, estruendos desbocados
bajo cielos con sombra,
como la sombra misma,
como la sombra siempre
rencorosa de pájaros estrellas.

Su voz atravesando luces, lluvia, frío,
alcanzaba ciudades elevadas a nubes,
cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno,
todas puras de nieve o de astros caídos
en sus manos de tierra.

Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.
Allí su amor tan sólo era un pretexto vago
con sonrisa de antaño,
ignorado de todos.

Y con sueño de nuevo se volvió lentamente
adonde nadie
sabe de nadie.
Adonde acaba el mundo.

4. TODO ESTO POR AMOR. Un río, un amor [1929]

Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente,
derriban los instintos como flores,
deseos como estrellas
para hacer solo un hombre con su estigma de hombre.

Que derriben también imperios de una noche,
monarquías de un beso,
no significa nada;
que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas vacías
acaso dice menos.

Mas este amor cerrado por ver sólo su forma,
su forma entre las brumas escarlata,
quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas
hacia el último cielo,
donde estrellas
sus labios dan otras estrellas,
donde mis ojos, estos ojos,
se despiertan en otro.

5. LA CANCIÓN DEL OESTE. Un río, un amor [1929]

Jinete sin cabeza,
jinete como un niño buscando entre rastrojos
llaves recién cortadas,
víboras seductoras, desastres suntuosos,
navíos para tierra lentamente de carne,
de carne hasta morir igual que muere un hombre.

A lo lejos
una hoguera transforma en ceniza recuerdos,
noches como una sola estrella,
sangre extraviada por las venas un día,
furia color de amor,
amor color de olvido,
aptos ya solamente para triste buhardilla.

Lejos canta el oeste,
aquel oeste que las manos de antaño
creyeron apresar como el aire a la luna;
mas la luna es madera, las manos se liquidan
gota a gota idénticas a lágrimas.

Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste;
olvidemos que un día las miradas de ahora
lucirán a la noche, como tantos amantes,
sobre el lejano oeste,
sobre amor más lejano.

6. TELARAÑAS CUELGAN DE LA RAZÓN. Los placeres prohibidos [1931]

Telarañas cuelgan de la razón    
En un paisaje de ceniza absorta;
Ha pasado el huracán de amor,  
Ya ningún pájaro queda. 

Tampoco ninguna hoja,  
Todas van lejos, como gotas de agua    
De un mar cuando se seca,  
Cuando no hay ya lágrimas bastantes,  
Porque alguien, cruel como un día de sol en primavera,    
Con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.    

Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia,   
Aunque siempre nos falte alguno;    
Recoger la vida vacía 
Y caminar esperando que lentamente se llene, 
Si es posible, otra vez, como antes, 
De sueños desconocidos y deseos invisibles.    

Tú nada sabes de ello,    
Tú estás allá, cruel como el día; 
El día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro,    
Un muro, ¿no comprendes?, 
Un muro frente al cuál estoy sólo.

7. NO DECÍA PALABRAS. Los placeres prohibidos [1931]

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

8. SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR. Los placeres prohibidos [1931]

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

9. UNOS CUERPOS SON COMO FLORES. Los placeres prohibidos [1931]

Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega.

10. LOS MARINEROS SON LAS ALAS DEL AMOR. Los placeres prohibidos [1931]

Los marineros son las alas del amor,
son los espejos del amor,
el mar les acompaña,
y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
rubio es también, igual que son sus ojos.

La alegría vivaz que vierten en las venas
rubia es también,
idéntica a la piel que asoman;
no les dejéis marchar porque sonríen
como la libertad sonríe,
luz cegadora erguida sobre el mar.

Si un marinero es mar,
rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
no quiero la ciudad hecha de sueños grises;
quiero sólo ir al mar donde me anegue,
barca sin norte,
cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

11. TE QUIERO. Los placeres prohibidos [1931]

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

12. I. “Donde habite el olvido”. Donde habite el olvido [1932-1933]

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

13. II. “Como una vela sobre el mar”. Donde habite el olvido [1932-1933]

Como una vela sobre el mar
resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al abismo,
también tu forma misma,
ángel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las nubes sus olas melancólicas.

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

14. III. “Esperé un dios en mis días”. Donde habite el olvido [1932-1933]

Esperé un dios en mis días
para crear mi vida a su imagen,
mas el amor, como un agua,
arrastra afanes al paso.

Me he olvidado a mí mismo en sus ondas;
vacío el cuerpo, doy contra las luces;
vivo y no vivo, muerto y no muerto;
ni tierra ni cielo, ni cuerpo ni espíritu.

Soy eco de algo;
lo estrechan mis brazos siendo aire,
lo miran mis ojos siendo sombra,
lo besan mis labios siendo sueño.

He amado, ya no amo más;
he reído, tampoco río.

15. IV. “Yo fui”. Donde habite el olvido [1932-1933]

Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera.   
Mar dorado, ojos grandes.    

Busqué lo que pensaba;  
pensé, como al amanecer en sueño lánguido,   
lo que pinta el deseo en días adolescentes. 
Canté, subí,   
fui luz un día  
arrastrado en la llama.    

Como un golpe de viento
que deshace la sombra,  
caí en lo negro,   
en el mundo insaciable.  

He sido.

16. VII. “Adolescente fui en días idénticos a nubes”. Donde habite el olvido [1932-1933]

Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

17. XII. “No es el amor quien muere”. Donde habite el olvido [1932-1933]

No es el amor quien muere, 
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,   
Ramas entrelazadas, 
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?    

Sólo vive quien mira  
Siempre ante sí los ojos de su aurora,   
Sólo vive quien besa 
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.  

Fantasmas de la pena,    
A lo lejos, los otros,  
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,    
Recorriendo las tumbas  
Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen, 
Muertos en pie, vidas tras de la piedra, 
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra  
Con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.

18. SOLILOQUIO DEL FARERO. Invocaciones [1934-1935]

Cómo llenarte, soledad,
Sino contigo misma.

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
Quieto en ángulo oscuro,
Buscaba en ti, encendida guirnalda,
Mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
Y en ti los vislumbraba,
Naturales y exactos, también libres y fieles,
A semejanza mía,
A semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta
Como quien busca amigos o ignorados amantes;
Diverso con el mundo,
Fui luz serena y anhelo desbocado,
Y en la lluvia sombría o en el sol evidente
Quería una verdad que a ti te traicionase,
Olvidando en mi afán
Cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
Con nubes sobre nubes de otoño desbordado
La luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
Te negué por bien poco,
Por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
Por quietas amistades de sillón y de gesto,
Por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
Por los viejos placeres prohibidos,
Como los permitidos nauseabundos,
Útiles solamente para el elegante salón susurrado,
En bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
Que yo fui,
Que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
Por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
Limpios de otro deseo,
El sol, mi dios, la noche rumorosa,
La lluvia, intimidad de siempre,
El bosque y su alentar pagano,
El mar, el mar como su nombre hermoso;
Y sobre todos ellos,
Cuerpo oscuro y esbelto,
Te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
Y tú me das fuerza y debilidad
Como el ave cansada los brazos de piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
Y erguido desde cuna vigilante
Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres.
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
Roncas y violentas como el mar, mi morada,
Puras ante la espera de una revolución ardiente
O rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
Cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y el deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;
En ti, mi soledad, los amo ahora.

19. ELEGÍA ESPAÑOLA (I). Las nubes. [1937-1940]

Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo por el odio impulsados
Hasta ofrecer sus almas
A la muerte, la patria más profunda

Cuando la primavera vieja
Vuelva a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cuál ave hallará nido
y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?

¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?

Háblame, madre;
y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime

Una sola palabra en estos días lentos.

En los días informes

Que frente a ti se esgrimen

Como cuchillo amargo

Entre las manos de tus propios hijos.

No te alejes así, ensimismada
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus anchos ojos bellos.
Esas flores caídas,
Pétalos rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.

Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de piedra clara,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.
Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva con nuestra desdicha de efímeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?

Contempla ahora a través de las lágrimas:

Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada,
Tus hijos sienten oscuramente
La recompensa de estas horas fatídicas.

No sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus alas densas cierne,
y oigo su silbo helado,
y veo los muertos bruscos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío

Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.

No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria,
En ruinas los claros dones
De tus hijos, a través de los siglos;
Porque mucho he amado tu pasado,
Resplandor victorioso entre sombra y olvido

Tu pasado eres tú
Y al mismo tiempo es
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives.
Aunque venga la muerte;
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro

Que por encima de estos yesos muertos
Y encima de estos yesos vivos que combaten,
Algo advierte que tú sufres con todos.
Y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son, como sus vidas,
Porque tú eres eterna
Y sólo los creaste
Para la paz y gloria de su estirpe.

20. IMPRESIÓN DE DESTIERRO. Las nubes. [1937-1940]

Fue la pasada primavera,
hace ahora casi un año,
en un salón del viejo Temple, en Londres.
Tras edificios viejos, a lo lejos,
entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
igual que el iris de una perla enferma.

Eran señores viejos, viejas damas,
en los sombreros plumas polvorientas;
un susurro de voces allá por los rincones,
junto a mesas con tulipanes amarillos,
retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
con un olor a gato,
despertaba ruidos en cocinas.

Un hombre silencioso estaba
cerca de mí. Veía
la sombra de su largo perfil algunas veces
asomarse abstraído al borde de la taza,
con la misma fatiga
del muerto que volviera
desde la tumba a una fiesta mundana.

En los labios de alguno,
allá por los rincones
donde los viejos juntos susurraban,
densa como una lágrima cayendo,
brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
rodaba en mi cabeza.
Encendieron las luces. Nos marchamos.

Tras largas escaleras casi a oscuras
me hallé luego en la calle,
y a mi lado, al volverme,
vi otra vez a aquel hombre silencioso,
que habló indistinto algo
con acento extranjero,
un acento de niño en voz envejecida.

Andando me seguía
como si fuera solo bajo un peso invisible,
arrastrando la losa de su tumba;
mas luego se detuvo.
«¿España?», dijo. «Un nombre.
España ha muerto.» Había
una súbita esquina en la calleja.
le vi borrarse entre la sombra húmeda.

21. GAVIOTAS EN LOS PARQUES. Las nubes. [1937-1940]

Dueña de los talleres, las fábricas, los bares,
Todas piedras oscuras bajo un cielo sombrío,
Silenciosa a la noche, los domingos devota,
Es la ciudad levítica que niega sus pecados.

El verde turbio de la hierba y los árboles
Interrumpe con parques los edificios uniformes,
Y en la naturaleza sin encanto, entre la lluvia,
Mira de pronto, penacho de locura, las gaviotas.

¿Por qué, teniendo alas, son huéspedes del humo,
El sucio arroyo, los puentes de madera de estos parques?
Un viento de infortunio o una mano inconsciente,
De los puertos nativos, tierra adentro las trajo.

Lejos quedó su nido de los mares, mecido por tormentas
De invierno, en calma luminosa los veranos.
Ahora su queja va, como el grito de almas en destierro.
Quien con alas las hizo, el espacio les niega.

22. UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA. Las nubes. [1937-1940]

Las playas, parameras
Al rubio sol durmiendo,
Los oteros, las vegas
En paz, a solas, lejos;

Los castillos, ermitas,
Cortijos y conventos,
La vida con la historia,
Tan dulces al recuerdo,

Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron.
Me dejan el destierro.

Una mano divina
Tu tierra alzó en mi cuerpo
y allí la voz dispuso
Que hablase tu silencio.

Contigo solo estaba,
En ti sola creyendo;
Pensar tu nombre ahora
Envenena mis sueños.

Amargos son los días
De la vida, viviendo
Sólo una larga espera
A fuerza de recuerdos.

Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto?

23. TIERRA NATIVA. Como quien espera el alba [1941-1944]

Es la luz misma, la que abrió mis ojos

Toda ligera y tibia como un sueño,
Sosegada en colores delicados
Sobre las formas puras de las cosas.

El encanto de aquella tierra llana,

Extendida como una mano abierta,
Adonde el limonero encima de la fuente
Suspendía su fruto entre el ramaje.

El muro viejo en cuya barda abría
A la tarde su flor la enredadera,
Y al cual la golondrina en el verano
Tornaba siempre hacia su antiguo nido.

El susurro del agua alimentando,
Con su música insomne el silencio,
Los sueños que la vida aún no corrompe,
El futuro que espera como página blanca.

Todo vuelve otra vez vivo a la mente,
Irreparable ya con el andar del tiempo,
Y su recuerdo ahora me traspasa
El pecho tal puñal fino y seguro.

Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?
Aquel amor primero, ¿quién lo vence?
Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,
Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?

24. GÓNGORA. Como quien espera el alba [1941-1944]

El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.

Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.

Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son arbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.

Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.

Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.

25. EL INDOLENTE. Como quien espera el alba [1941-1944]

Con hombres como tú el comercio sería
Cosa leve y tan pura que, sin sudor ni sangre
De ninguno comprada, dejaría a la tierra
Intactos sus veneros. Pero a tu pobreza
El comercio podría allanarle un camino.

Durante las tardes meridionales del verano,
A través de una clara ciudad, solas las calles,
Llevaría en cestillo guirnaldas de jazmines,
Y magnolias, por un nido fragante de hojas verdes
oculto su blancor, como alas de paloma.

Tras de las rejas bajas, si una mujer quisiera
Para su gracia oculta tal vez la fresca gala
De una flor, y prenderla en su pelo o en su pecho.
Donde ha de parecer nieve sobre la tierra,
Una moneda a cambio dejaría en tus manos.

Así, al ponerse la tarde, tú podrías
De un vino trasparente beber el calor rubio,
Mordiendo la delicia de un pan y de una fruta,
Y luego silencioso, tendido junto al río,
Ver latir en la honda noche las estrellas.

26. AMANDO EN EL TIEMPO. Como quien espera el alba [1941-1944]

El tiempo, insinuándose en tu cuerpo,
tal la nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.

Otros antes que yo vieron un' día,
y otros luego verán, cómo decir
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.

Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre.
Así mi pena inculta es nueva ahora.

Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso
cuando viera, tal cielo ya vencido
por sombra, envejecer el cuerpo amado.

27. LA SOMBRA. Vivir sin estar viviendo [1944-1949]

Al despertar de un sueño, buscas
Tu juventud, como si fuera el cuerpo
Del camarada que durmiese
A tu lado y que al alba no encuentras.

Ausencia conocida, nueva siempre,
Con la cual no te hallas. Y aunque acaso
Hoy tú seas más de lo que era
El mozo ido, todavía

Sin voz le llamas, cuántas veces;
Olvidado que de su mocedad se alimentaba
Aquella pena aguda, la conciencia
De tu vivir de ayer. Ahora,

Ida también, es sólo
Un vago malestar, una inconsciencia
Acallando el pasado, dejando indiferente
Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.

28. SER DE SANSUEÑA. Vivir sin estar viviendo [1944-1949]

Acaso allí estará, cuatro costados    
Bañados en los mares, al centro la meseta  
Ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra  
Original de tantos, como tú, dolidos
De ella y por ella dolientes.  

Es la tierra imposible, que a su imagen te hizo 
Para de sí arrojarte. En ella el hombre   
Que otra cosa no pudo, por error naciendo,
Sucumbe de verdad, y como en pago    
Ocasional de otros errores inmortales.  

Inalterable, en violento claroscuro,  
Mírala, piénsala. Árida tierra, cielo fértil,
Con nieves y resoles, riadas y sequías;  
Almendros y chumberas, espartos y naranjos   
Crecen en ella, ya desierto, ya oasis.

Junto a la iglesia está la casa llana, 
Al lado del palacio está la timba,
El alarido ronco junto a la voz serena,   
El amor junto alodio, y la caricia junto   
A la puñalada. Allí es extremo todo. 

La nobleza plebeya, el populacho noble,
La pueblan; dando terratenientes y toreros,
Curas y caballistas, vagos y visionarios, 
Guapos y guerrilleros. Tú compatriota,  
Bien que ello te repugne, de su fauna.  

Las cosas tienen precio. Lo es del poderío   
La corrupción, del amor la no correspondencia;
y ser de aquella tierra lo pagas con no serIo
De ninguna: deambular, vacuo y nulo,  
Por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce. 

Si en otro tiempo hubiera sido nuestra. 
Cuando gentes extrañas la temían y odiaban,   
y mucho era ser de ella; cuando toda    
Su sinrazón congénita, ya locura hoy,   
Como admirable paradoja se imponía.   

Vivieron muerte, sí, pero con gloria 
Monstruosa. Hoy la vida morimos    
En ajeno rincón. Y mientras tanto    
Los gusanos, de ella y su ruina irreparable, 
crecen, prosperan.    

Vivir para ver esto.    
Vivir para ver esto.

29. VIENDO VOLVER. Vivir sin estar viviendo [1944-1949]

Irías, y verías
Todo igual, cambiado todo,
Así como tú eres
El mismo y el otro. ¿Un río
A cada instante
No es él y diferente?

Irías, en apariencia
Distraído y aburrido
En secreto, mirando,
Pues el mirar es sólo
La forma en que persiste
El antiguo deseo.

Mirando, estimarías
(La mirada acaricia
Fijándose o desdeña
Apartándose) irreparable todo
Ya, y perdido, o ganado
Acaso, quién lo sabe.

Así, con paso indiferente,
Como llevado de una mano,
Llegarías al mundo
Que fue tuyo otro tiempo,
Y allí le encontrarías,
Al tú de ayer, que es otro hoy.

Impotente, extasiado
Y solo, como un árbol,
Le verías, el futuro
Soñando, sin presente,
A espera del amigo,
Cuando el amigo es él y en él le espera.

Al verle, tú querrías
Irte, ajeno entonces,
Sin nada que decirle,
Pensando que la vida
Era una burla delicada,
Y que debe ignorarlo el mozo hoy.

30. NOCTURNO YANQUI. Con las horas contadas [1950-1956]

La lámpara y la cortina         
Al pueblo en su sombra excluyen.         
Sueña ahora,      
Si puedes, si te contentas          
Con sueños, cuando te faltan     
Realidades.         

Estás aquí, de regreso         
Del mundo, ayer vivo, hoy         
Cuerpo en pena,       
Esperando locamente,         
Alrededor tuyo, amigos        
Y sus voces.        

Callas y escuchas. No. Nada      
Oyes, excepto tu sangre,     
Su latido       
Incansable, temeroso;         
Y atención prestas a otra     
Cosa inquieta.     

Es la madera, que cruje;      
Es el radiador, que silba.      
Un bostezo         
Pausa. Y el reloj consultas:        
Todavía temprano para        
Acostarte.      

Tomas un libro. Mas piensas      
Que has leído demasiado     
Con los ojos,       
Y a tus años la lectura         
Mejor es recuerdo de unos        
Libros viejos.       
Pero con nuevo sentido.       

¿Qué hacer? Porque tiempo hay.     
Es temprano.      
Todo el invierno te espera,        
Y la primavera entonces.
Tiempo tienes.         

¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Y hasta cuándo      
El tiempo al hombre le dura?     
«No, que es tarde,         
Es tarde», repite alguno       
Dentro de ti, que no eres     
Y suspiras.     

La vida en tiempo se vive,         
Tu eternidad es ahora,         
Porque luego      
No habrá tiempo para nada       
Tuyo. Gana tiempo. ¿Y cuándo?      

Alguien dijo:       
«El tiempo y yo para otros        
Dos»1. ¿Cuáles dos? ¿Dos lectores       
De mañana?
Mas tus lectores, si nacen,         
Y tu tiempo, no coinciden.         
Estás solo.
Frente al tiempo, con tu vida     
Sin vivir.        

      Remordimiento.       
Fuiste joven,       
Pero nunca lo supiste     
Hasta hoy que el ave ha huido        
De tu mano.       

La mocedad dentro duele,         
Tú su presa vengadora,       
Conociendo         
Que, pues no le va esta cara      
Ni el pelo blanco, es inútil         
Por tardía.     

El trabajo alivia a otros        
De lo que no tiene cura,       
Según dicen.       
¿Cuántos años ahora tienes       
De trabajo? ¿Veinte y pico         
Mal contados?     

Trabajo fue que no compra        
Para ti la independencia       
Relativa.        
A otro menester el mundo,        
Generoso como siempre,      
Te demanda.       

Y profesas pues, ganando         
Tu vida, no con esfuerzo,     
Con fastidio.       
Nadie enseña lo que importa,          
Que eso ha de aprenderlo el hombre     
Por sí solo.         

Lo mejor que has sido, diste,     
Lo mejor de tu existencia,         
A una sombra:    
Al afán de hacerte digno,     
Al deseo de excederte,         
Esperando.         
Siempre mañana otro día     
Que, aunque tarde, justifique    
Tu pretexto.        

Cierto que tú te esforzaste        
Por sino y amor de una        
Criatura,        
Mito moceril, buscando        
Desde siempre, y al servirla,      
Ser quien eres.         

Y al que eras le has hallado.      
¿Mas es la verdad del hombre         
Para él solo,        
Como un inútil secreto?       
Por qué no poner la vida      
A otra cosa?        

Quien eres, tu vida era;       
Uno sin otro no sois.      
Tú lo sabes.        
Y es fuerza seguir, entonces,     
Aun el miraje perdido,         
Hasta el día        
Que la historia se termine,        
Para ti al menos.      

Y piensas      
Que así vuelves        
Donde estabas al comienzo       
Del soliloquio: contigo         
Y sin nadie.         

Mata la luz, y a la cama.

31. IN MEMORIAM A.G. Con las horas contadas [1950-1956]

Con él su vida entera coincidía,
Toda promesa y realidad iguales,
La mocedad austera vuelta apenas
Gozosa madurez, tan demoradas
Como día estival. Así olvidaste,
Amando su existir, temer su muerte.

Pero su muerte, al allegarle ahora,
Calló la voz que cerca nunca oíste,
A cuyos ecos despertaron tantos
Sueños del mundo en ti nunca vividos,
Hoy no soñados porque ya son vida.

Cuando para seguir nos falta aliento,
Roto el mágico encanto de las cosas,
Si en soledad alzabas la cabeza,
Sonreír le veías tras sus libros.
Ya entre ellos y tú falta de sombra,
Falta su sombra noble ya en la vida.

Usándonos a ciegas todo sigue,
Aunque unos pocos, como tú, os digáis:
Lo que con él termina en nuestro mundo
No volverá a este mundo. Y no hay consuelo,
Que el tiempo es duro y sin virtud los hombres.
Bien pocos seres que admirar te quedan.

32. OTRA FECHA. Con las horas contadas [1950-1956]

Aires claros, nopal y palma,
En los alrededores, saben,
Si no igual, casi igual a como
La tierra tuya aquella antes.
También tú igual me pareces,
O casi igual, al que antes eras:
En él casi sólo consiste,
De ayer a hoy, la diferencia.
En tu hoy más que precario
Nada anterior echas de menos,
Porque lo ido está bien ido,
Como lo muerto está bien muerto.
El futuro, a pesar de todo,
Usa un señuelo que te engaña:
El sí y el no de azar no usado,
El no sé qué donde algo aguarda.
Tú lo sabes, aunque tan tibio
Es tu vivir entre la gente,
Pues si nada crees, aun queriendo,
Aun sin querer crees a veces.

33. SOMBRA DE MÍ. Con las horas contadas [1950-1956]

Bien sé yo que esta imagen  
Fija siempre en la mente 
No eres tú, sino sombra  
Del amor que en mí existe    
Antes que el tiempo acabe.  
Mi amor así visible me pareces,  
Por mí dotado de esa gracia misma 
Que me hace sufrir, llorar, desesperarme    
De todo a veces, mientras otras 
Me levanta hasta el cielo en nuestra vida,   
Sintiendo las dulzuras que se guardan   
Sólo a los elegidos tras el mundo.   
y aunque conozco eso, luego pienso
Que sin ti, sin el raro 
Pretexto que me diste,   
Mi amor, que afuera está con su ternura,    
Allá dentro de mí hoy seguiría    
Dormido todavía y a la espera    
De alguien que, a su llamada,    
Le hiciera al fin latir gozosamente.   
Entonces te doy gracias y te digo:   
Para esto vine al mundo, y a esperarte; 
Para vivir por ti, como tú vives   
Por mí, aunque no lo sepas, 
Por este amor tan hondo que te tengo.

34. PRECIO DE UN CUERPO. Con las horas contadas [1950-1956]

Cuando algún cuerpo hermoso,
como el tuyo, nos lleva
tras de sí, él mismo no comprende,
solo el amante y el amor lo saben.
(Amor, terror de soledad humana.)

Esta humillante servidumbre,
necesidad de gastar la ternura
en un ser que llenamos
con nuestro pensamiento,
vivo de nuestra vida.

El da el motivo,
lo diste tú; porque tú existes
afuera como sombra de algo,
una sombra perfecta
de aquel afán, que es del amante, mío.

Si yo te hablase
cómo el amor depara
su razón al vivir y su locura,
tú no comprenderías.
Por eso nada digo.

La hermosura, inconsciente
de su propia celada, cobró la presa
y sigue. Así por cada instante
de goce, el precio está pagado:
este infierno de angustia y de deseo.

35. BIRDS IN THE NIGHT. Desolación de la quimera [1956-1962]

El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida
En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, Londres,
Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,
Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas breves semanas tormentosas.
Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,
Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.

Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.

Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho
Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar que acaso un buen instante
Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa.
Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.

Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación, el escándalo luego; y para éste
El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas
Errar desde un rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.

El silencio del uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.

Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarlos;
Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos,
Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras
Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.

“¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro.
Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, como está demostrado”.
Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a las “Vocales”.
Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda
Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;
Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias.

¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.

36. NIÑO TRAS UN CRISTAL. Desolación de la quimera [1956-1962]

Al caer la tarde, absorto
Tras el cristal, el niño mira
Llover. La luz que se ha encendido
En un farol contrasta
La lluvia blanca con el aire oscuro.

La habitación a solas
Le envuelve tibiamente,
Y el visillo, velando
Sobre el cristal, como una nube,
Le susurra lunar encantamiento.

El colegio se aleja. Es ahora
La tregua, con el libro
De historias y de estampas
Bajo la lámpara, la noche,
El sueño, las horas sin medida.

Vive en el seno de su fuerza tierna,
Todavía sin deseo, sin memoria,
El niño, y sin presagio
Que afuera el tiempo aguarda
Con la vida, al acecho.

En su sombra ya se forma la perla.


37. PREGUNTA VIEJA, VIEJA RESPUESTA. Desolación de la quimera [1956-1962]

¿Adónde va el amor cuando se olvida?
No aquel a quien hicieras la pregunta
      Es quien hoy te responde.
Es otro, al que unos años más de vida
Le dieron la ocasión, que no tuviste,
      De hallar una respuesta.
Los juguetes del niño que ya es hombre,
¿Adónde fueron, di? Tú lo sabías,
      Bien pudiste saberlo.
Nada queda de ellos: sus ruinas
Informes e incoloras, entre el polvo,
      El tiempo se ha llevado.
El hombre que envejece, halla en su mente,
En su deseo, vacíos, sin encanto,
      Dónde van los amores.
Mas si muere el amor, no queda libre
El hombre del amor: queda su sombra,
      Queda en pie la lujuria.
¿Adónde va el amor cuando se olvida?
No aquel a quien hicieras la pregunta
      Es quien hoy te responde.

38. PEREGRINO. Desolación de la quimera [1956-1962]

¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

39. DESPEDIDA. 
Desolación de la quimera [1956-1962]

Muchachos    
Que nunca fuisteis compañeros de mi vida, 
Adiós. 
Muchachos    
Que no seréis nunca compañeros de mi vida,   
Adiós. 

El tiempo de una vida nos separa    
Infranqueable:    
A un lado la juventud libre y risueña;    
A otro la vejez humillante e inhóspita.   

De joven no sabía
Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;  
De viejo la he aprendido 
y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente    

Mano de viejo mancha    
El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.   
Con solitaria dignidad el viejo debe  
Pasar de largo junto a la tentación tardía.   

Frescos y codiciables son los labios besados,    
Labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen.    
¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio? 
Bien lo sé: no lo hay.

Qué dulce hubiera sido   
En vuestra compañía vivir un tiempo:    
Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,
Compartir bebida y alimento en una mesa. 
Sonreír, conversar, pasearse 
Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música. 

Seguid, seguid así, tan descuidadamente,   
Atrayendo al amor, atrayendo al deseo. 
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren  
En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.   

Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.    
Que yo pronto he de irme, confiado,
Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga  
Lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí no supe.  

Adiós, adiós, compañeros imposibles.   
Que ya tan sólo aprendo 
A morir, deseando
Veros de nuevo, hermosos igualmente  
En alguna otra vida.



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