"Underwood girls"
Quietas, dormidas están,
las treinta redondas blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco en blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras sin sentido,
ese, zeda, jota, i…
A través de este poema, Salinas nos introduce en la vida moderna y eleva a categoría de objeto poético una realidad como la máquina de escribir ("underwood" es una conocida marca de máquinas de escribir, como se puede apreciar en la imagen).
Hay, como dicen Pedraza y Rodríguez, buena dosis de ingenio en algunos poemas de temática tan aparentemente superficial; por ejemplo, “Underwood girls” es, en el fondo un homenaje a la creación (en las vanguardias, la admiración por las máquinas tiene que ver con la admiración por la creación)
Este poema se construye a través de una gran metáfora que se nos presenta en los diez primeros versos: las treinta teclas (26 letras, falta la ñ, la coma, el punto y coma, el punto y los dos puntos) de la máquina de escribir como muchachas uniformadas que quietas, dormidas, sostienen el mundo; es decir, son capaces de crear mundos (las letras y signos son la materia prima con la que el mundo teje).
Tras la descripción en los diez primeros versos, se nos anuncia que el poeta tiene que despertar las teclas creando, pero no una poesía antigua, sino nueva. El poeta tiene que escribir engañando a las teclas, como si fuese una música antigua, que las teclas se crean que es la carta/la fórmula, como siempre; pero que en realidad sea algo con un sentido diferente, que suene otra música.
Aunque Salinas quiera crear una poesía nueva, la forma de la poesía debe ser corriente, lo que tiene que ver con el estilo del poeta. Por eso, la poesía de Salinas es sencilla y escueta. La dificultad que encierra es la de la sutileza de los conceptos, que es lo único que a veces puede oscurecer el significado.
Las frases cortas las emplea para condensar enfáticamente una idea, al igual que la acumulación de los sustantivos. Del mismo modo, vemos que no hay adjetivos bimembres, lo que acrecienta la esencialidad del estilo de Salinas. Es una poesía en la que domina el ámbito íntimo y que se mueve en el puro concepto.
Para conseguirlo, el poeta tiene que alocarse los dedos, tiene que lanzar los dedos contra las teclas-ninfas (he aquí un eco del modernismo) sin buscar lo únicamente racional a la hora de crear.
El gran mundo vacío, sin significado ni contenido alguno, es en primer plano el papel y en segundo el mundo. Está blanco (no se ha escrito en él) y es de color blanco (tiene dos significados el adjetivo blanco). El poeta debe dirigirse a buscar la hazaña pura, la poesía pura, lo esencial para provocar sensaciones. Esto es propio de las vanguardias.
Sin embargo, en ese ambiente urbano, no podemos olvidar las continuas referencias a la amada, pues como dicen Pedraza y Rodríguez, Salinas es el poeta del amor por antonomasia. La amada lo espera en esa calle tan dorada siempre (“Volverse sombra”, Largo lamento), su voz le llega a través del teléfono (por el alambre, en la noche/sin ver nada). Automóviles (“Navacerrada abril” de Seguro azarà mi fuerza,/bien medida, la tuya, /justa: doce caballos), relojes, tranvías… son realidades vividas por la amada, asideros donde el amor adquiere concreción. En una curiosa mezcla de lo material y lo abstracto, Salinas nos muestra las múltiples posibilidades que el mundo ofrece a la visión creadora.
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