HARPAGÓN.
¿Refunfuñas entre dientes?
FLECHA.
¿Por qué me echáis?
HARPAGÓN.
¿Vas a pedirme explicaciones tú, so bigardo? Sal de prisa, antes
que te acogote.
FLECHA.
¿Qué os he hecho?
HARPAGÓN.
Pues me has hecho... desear que te marches.
FLECHA.
Mi amo, vuestro hijo me ha ordenado esperarle.
HARPAGÓN.
Vete a esperarle a la calle y no permanezcas en mi casa, plantado
como un poste, observando lo que pasa y aprovechándote de todo. No
quiero tener delante sin cesar un espía de mis negocios, un traidor
cuyos condenados ojos asedian todos mis actos, devoran lo que poseo y
huronean por todos lados para ver si hay algo que robar.
(MOLIÈRE:
El avaro. Fragmento)
TEXTO
B
He
llegado a saber que en tiempo del califa Harún Al-Rachid vivía en
la ciudad de Bagdad un hombre llamado Sindbad el Cargador. Era de
condición pobre, y para ganarse la vida acostumbraba a transportar
bultos en su cabeza. Un día entre los días hubo de llevar cierta
carga muy pesada; y aquel día precisamente hacía un calor tan
excesivo, que sudaba el cargador, abrumado par el peso que llevaba
encima. Intolerable se había hecho ya la temperatura, cuando el
cargador pasó por delante de la puerta de una casa que debía
pertenecer a algún mercader rico, a juzgar par el suelo bien barrido
y regado alrededor con agua de rosas. Soplaba allí una brisa
gratísima, y cerca de la puerta aparecía un ancho banco para
sentarse. Al verlo, el cargardor Sindbad soltó su carga sobre el
banco en cuestión con objeto de descansar y respirar aquel aire
agradable, sintiendo a poco que desde la puerta llegaba a él un aura
pura y mezclada con delicioso aroma; y tanto le deleitó, que fue a
sentarse en un extremo del banco. Entonces advirtió un concierto de
laúdes e instrumentos diversos, acompañados por magníficas voces
que cantaban canciones en un lenguaje escogido; […]
(Sinbad
el Marino, de Las mil y una noches. Fragmento adaptado.)
TEXTO
C
Tu
pupila es azul, y cuando ríes
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se
refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras
las
transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su
fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en
el cielo de la tarde
¡una perdida estrella!
(GUSTAVO
ADOLFO BÉCQUER: Rima XIII)
TEXTO
D
Más
tarde hemos charlado un poco como dos jóvenes esposos, un poco como
dos extraños. Era amable. Muchas veces sonreía mirándome. Era yo
ahora quien tenía ganas de abrazarla. Pero permanecí tranquilo.
En
la frontera, un funcionario abrió bruscamente la puerta y me
preguntó:
-¿Su
nombre, señor?
Me
sorprendió. Respondí:
-Marqués
de Roseveyre.
-¿A
dónde se dirige usted?
-A
las termas de Loëche, en le Valais.
Escribió
en un registro. Respondió:
-¿La
señora es su mujer?
¿Qué
hacer? ¿Qué responder? Levanté los ojos hacia ella dudando. Ella
estaba pálida y miraba a lo lejos...
(GUY
DE MAUPASANT: A las aguas. Fragmento)
TEXTO
E
Nuestras
vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el
morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y
consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros,
medianos
y más chicos,
allegados son iguales
los que
viven por sus manos
y los ricos.
(JORGE
MANRIQUE: Coplas a la muerte de su padre, copla III)
TEXTO
F
CLARÍN:
Di
dos, y no me dejes
en
la posada a mí cuando te quejes;
que
si dos hemos sido
los
que de nuestra patria hemos salido
a
probar aventuras,
dos
los que entre desdichas y locuras
aquí
habemos llegado,
y
dos los que del monte hemos rodado,
¿no
es razón que yo sienta
meterme
en el pesar, y no en la cuenta?
ROSAURA:
No
quise darte parte
en
mis quejas, Clarín, por no quitarte,
llorando
tu desvelo,
el
derecho que tienes al consuelo.
Que
tanto gusto había
en
quejarse, un filósofo decía,
que,
a trueco de quejarse,
habían
las desdichas de buscarse.
CLARÍN:
El
filósofo era
un
borracho barbón; ¡oh, quién le diera
más
de mil bofetadas!
Quejárase
después de muy bien dadas.
Mas
¿qué haremos, señora,
a
pie, solos, perdidos y a esta hora
en
un desierto monte,
cuando
se parte el sol a otro horizonte?
(PEDRO
CALDERÓN DE LA BARCA: La vida es sueño. Fragmento)
TEXTO
G
Nos
sentamos en un valladar y dijo el ciego:
-Ahora
quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos
este racimo de uvas y que tengas de él tanta parte como yo. Lo
repartiremos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal
que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo
hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.
Hecho
así el concierto, comenzamos; […] Acabado el racimo, estuvo un
poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro,
me has engañado. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres
a tres.
-No
comí -dije yo-; pero, ¿por qué sospecháis eso?
Respondió
el sagacísimo ciego:
-¿Sabes
en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y
callabas.
(El
Lazarillo de Tormes, Fragmento adaptado)